Amanecer

Encerrada en su castillo piensa en lo que perdió. Está enfadada, enfadada consigo misma, no quiere llorar, no por él; sin embargo las lágrimas se resisten a su voluntad y resbalan por sus delicadas mejillas.
Quisiera haber escapado a tiempo, en cuanto la sospecha se convirtió, por primera vez en certeza. Cuando advirtió que a él no le importaba nada. ¡Ese engreído egosista que no ve mas allá de su nariz!.
Quería creer que lo había superado, que era ya pasado, pero él ha regresado y con él los recuerdos.

Tras una interminable noche en vela en la que repasa cada palabra hiriente, cada gesto despectivo, cada mentira, cada reproche interesado. Llega al convencimiento de que nunca la quiso.
La pena se convierte en rabia, rabia por el tiempo perdido.

Recoge los pedazos rotos, calma la respiración, lava la pena de su cara y abre la ventana.
Amanece



Respira hondo y recuerda aquel viejo verso de Tagore

No llores porque has perdido el sol, tus lágrimas no te dejaran ver las estrellas.

Y sale a la calle, retoma su vida, sonriendo, con el convencimiento de que se ha librado de un peso muerto, hoy comienza el resto de su vida. Es libre y hace un día estupendo.